Seleccionar duelos a espada es complicado. Hay duelos grandiosos, larguísimos, con acrobacias y piruetas. Dentro de una película de aventuras es casi escena obligatoria y, normalmente, momento culminante. He recordado estas dos, con un especial encanto para mi.
La primera corresponde a El prisionero de Zenda (Richard Thorpe, 1952), que es un clásico de aventuras con todas las de la ley. Es una de mis películas-fetiche. De adolescente sentía una extraña atracción por Stewart Granger, con sus sienes plateadas y su sonrisa burlona. Y también por James Mason, morboso por excelencia. Aquí son Rudolf, el héroe, y el malvado Rupert de Hentzau.
La segunda escena es de La princesa prometida (Rob Reiner, 1987), el cuento en imágenes lleno de todos los tópicos que nos gustan a quienes nos gustan los cuentos. Y el mayor y más estupendo tópico, el duelo a espada entre un héroe grandioso, Iñigo Montoya (Mandy Patinkin), y un malo repugnante, el Conde Rugen (Christopher Guest), el hombre de los seis dedos.
domingo, 12 de abril de 2009
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